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4 de enero de 2016

ANTON CHEJOV, UN NIÑO MALIGNO


ANTON CHEJOV

Dramaturgo y autor de relatos es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa. 

La crítica moderna considera a Chéjov uno de los maestros del relato. 

En gran medida, a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. 

Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas.

Utilizando temas de la vida cotidiana, Chéjov retrató la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellas y sin posibilidad de cambiar una sociedad que sabían que era inherentemente errónea.

Algunos de los mejores relatos de Chéjov se incluyen en el libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910).
Si te apetece leer Un niño maligno uno de los relatos breves de Chejov, puedes hacerlo a continuación:



UN NIÑO MALIGNO
Iván Ivanich Liapkin, joven de exterior agradable, y Anna Semionovna Samblitzkaia, muchacha de nariz respingada, bajaron por la pendiente orilla y se sentaron en un banquito. El banquito se encontraba al lado mismo del agua, entre los espesos arbustos de jóvenes sauces. ¡Qué maravilloso lugar era aquel! Allí sentado se estaba resguardado de todo el mundo. Sólo los peces y las arañas flotantes, al pasar cual relámpago sobre el agua, podían ver a uno. Los jóvenes iban provistos de cañas, frascos de gusanos y demás atributos de pesca. Una vez sentados se pusieron enseguida a pescar.



-Estoy contento de que por fin estemos solos -dijo Liapkin mirando a su alrededor-. Tengo mucho que decirle, Anna Semionovna..., ¡mucho!... Cuando la vi por primera vez... ¡están mordiendo el anzuelo!..., comprendí entonces la razón de mi existencia... Comprendí quién era el ídolo al que había de dedicar mi honrada y laboriosa vida... ¡Debe de ser un pez grande! ¡Está mordiendo!... Al verla..., la amé. Amé por primera vez y apasionadamente... ¡Espere! ¡No tire todavía! ¡Deje que muerda bien!... Dígame, amada mía... se lo suplico..., ¿puedo esperar que me corresponda?... ¡No! ¡Ya sé que no valgo nada! ¡No sé ni cómo me atrevo siquiera a pensar en ello!... ¿Puedo esperar que...? ¡Tire ahora!



Anna Semionovna alzó la mano que sostenía la caña y lanzó un grito. En el aire brilló un pececillo de color verdoso plateado.



-¡Dios mío! ¡Es una pértiga!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Pronto!... ¡Se soltó!


La pértiga se desprendió del anzuelo, dio unos saltos en dirección a su elemento familiar y se hundió en el agua. Persiguiendo al pez, Liapkin, en lugar de éste, cogió sin querer la mano de Anna Semionovna, y sin querer se la llevó a los labios. Ella la retiró, pero ya era tarde. Sus bocas se unieron sin querer en un beso. Todo fue sin querer. A este beso siguió otro, luego vinieron los juramentos, las promesas de amor... ¡Felices instantes!... Dicho sea de paso, en esta terrible vida no hay nada absolutamente feliz. Por lo general, o bien la felicidad lleva dentro de sí un veneno o se envenena con algo que le viene de afuera. Así ocurrió esta vez. Al besarse los jóvenes se oyó una risa. Miraron al río y quedaron petrificados. Dentro del agua, y metido en ella hasta la cintura, había un chiquillo desnudo. Era Kolia, el colegial hermano de Anna Semionovna. Desde el agua miraba a los jóvenes y se sonreía con picardía.

-¡Ah!... ¿Conque se besaron?... ¡Muy bien! ¡Ya se lo diré a mamá!

-Espero que usted..., como caballero... -balbució Liapkin, poniéndose colorado-. Acechar es una villanía, y acusar a otros es bajo, feo y asqueroso... Creo que usted..., como persona honorable...

-Si me da un rublo no diré nada, pero si no me lo da, lo contaré todo.

Liapkin sacó un rublo del bolsillo y se lo dio a Kolia. Éste lo encerró en su puño mojado, silbó y se alejó nadando. Los jóvenes ya no se volvieron a besar. Al día siguiente, Liapkin trajo a Kolia de la ciudad pinturas y un balón, mientras la hermana le regalaba todas las cajitas de píldoras que tenía guardadas. Luego hubo que regalarle unos gemelos que representaban unos morritos de perro. Por lo visto, al niño le gustaba todo mucho. Para conseguir aún más, se puso al acecho. Allá donde iban Liapkin y Anna Semionovna, iba él también. ¡Ni un minuto los dejaba solos!

-¡Canalla! -decía entre dientes Liapkin-. ¡Tan pequeño todavía y ya un canalla tan grande! ¿Cómo será el día de mañana?

En todo el mes de junio, Kolia no dejó en paz a los jóvenes enamorados. Los amenazaba con delatarlos, vigilaba, exigía regalos... Pareciéndole todo poco, habló, por último, de un reloj de bolsillo... ¿Qué hacer? No hubo más remedio que prometerle el reloj.

Un día, durante la hora de la comida y mientras se servía de postre un pastel, de pronto se echó a reír, y guiñando un ojo a Liapkin, le preguntó: «¿Se lo digo?... ¿Eh...?»

Liapkin enrojeció terriblemente, y en lugar del pastel masticó la servilleta. Anna Semionovna se levantó de un salto de la mesa y se fue corriendo a otra habitación.

En tal situación se encontraron los jóvenes hasta el final del mes de agosto..., hasta el preciso día en que, por fin, Liapkin pudo pedir la mano de Anna Semionovna. ¡Oh, qué día tan dichoso aquel!... Después de hablar con los padres de la novia y de recibir su consentimiento, lo primero que hizo Liapkin fue salir a todo correr al jardín en busca de Kolia. Casi sollozó de gozo cuando encontró al maligno chiquillo y pudo agarrarlo por una oreja. Anna Semionovna, que llegaba también corriendo, lo cogió por la otra, y era de ver el deleite que expresaban los rostros de los enamorados oyendo a Kolia llorar y suplicar...

-¡Queriditos!... ¡Preciositos míos!... ¡No lo volveré a hacer! ¡Ay, ay, ay!... ¡Perdónenme...!

Más tarde ambos se confesaban que jamás, durante todo el tiempo de enamoramiento, habían experimentado una felicidad..., una beatitud tan grande... como en aquellos minutos, mientras tiraban de las orejas al niño maligno.

Anton Chejov


Jules Adler, Partida de pesca




3 de enero de 2016

EL REALISMO EN LA LITERATURA RUSA


EL REALISMO EN LA LITERATURA RUSA
El siglo XIX es considerado el Siglo de oro de la literatura rusa, ya que tanto la poesía como la prosa consiguieron alcanzar la excelencia durante este período.

Los autores más destacados del Realismo ruso son: Gogol, Dostoyevski, Tolstoi y Chejov.

En la segunda mitad del siglo XIX los autores rusos no pudieron ignorar la complejidad social y política de su país, y convirtieron la vida cotidiana y el individuo común, en el tema principal de su obra: es la corriente denominada Realismo ruso. 

El Realismo se extendió a las demás artes como, por ejemplo, a la pintura del artista realista ruso Ilya Repin cuyos cuadros ilustran este tema.

EL REALISMO


Este movimiento literario aparece en la segunda mitad del siglo XIX como una superación del Romanticismo.

El Realismo es consecuencia de las circunstancias sociales de la época:

La consolidación de la burguesía como clase dominante
La industrialización
El crecimiento urbano
La aparición del proletariado.

EL REALISMO RUSO


La literatura rusa de la segunda mitad del siglo XIX es realista y a menudo refleja las causas de las desgracias sociales y entra en el mundo de unas clases nuevas y de personas que se encuentran en una situación cambiante.

Los realistas rusos nos introducen en el mundo moral, histórico y social de la vida diaria de una país tan complejo y amplio como la Rusia decimonónica.

A pesar de sus diferencias, entre los escritores realistas rusos se encuentran Chejov, Dostoyevski, Tolstoi y Gogol.

CARACTERÍSTICAS DEL REALISMO RUSO


Describe con detalle los paisajes naturales,  los entornos urbanos, las viviendas y sus decoraciones y los rasgos físicos de las personas.

Esta abundancia de descripciones minuciosas proporciona un ritmo lento a la narración.

El argumento resulta a veces anecdótico.

Se muestra un sentimiento de piedad y compasión por las personas y sus circunstancias vitales. 

Los realistas rusos buscan el significado de la vida incluyendo una gran carga de preocupaciones morales y filosóficas.


EL REALISMO CRÍTICO

En 1830 y principalmente en 1840, en la literatura rusa se desarrolla el Realismo crítico.
El Realismo crítico es una corriente que representa personajes humanos en sus vínculos con las circunstancias sociales y se centra en analizar el mundo interior del individuo.

Aparece entonces la figura de la “persona pequeña”, es decir, ordinaria e insignificante; se trata de un tipo de personaje de una posición social bastante baja, sin ninguna capacidad destacada ni fuerza de voluntad, que no hace nada malo a nadie, con sus historias dramáticas pero muy cotidianas.


Su objetivo principal es presentar "la verdad" de la vida.

REALISMO SOCIOLÓGICO


El fin del siglo XIX es la época de Antón Chejov en la literatura rusa. 
Varios críticos denominan a este periodo Realismo sociológico ya que los temas principales del escritor y dramaturgo son los problemas y los cambios en la sociedad y el destino de los individuos en ella.

Chejov fue pionero en emplear el método del "fluir de la conciencia".
El fluir de la conciencia es un monólogo interno del personaje que reproduce sus impresiones, asociaciones y pensamientos inmediatos en el momento del habla.

Posteriormente este método fue adoptado por los autores modernistas y por James Joyce en primer lugar.
























2 de enero de 2016

ANTON CHEJOV, LOS MUCHACHOS

Anton Chejov retratado por su hermano Nikolai Chejov

ANTON CHEJOV
Anton Chéjov fue un escritor y autor teatral ruso.

Perteneció al Realismo psicológico, fue maestro del relato corto, siendo considerado como uno de los más importantes escritores de cuentos de la literatura universal.
En Estados Unidos, autores como Tennessee Williams, Raymond Carver o Arthur Miller utilizaron técnicas de Chejov para escribir algunas de sus obras.
Los muchachos es uno de sus cuentos de tema navideño.

LOS MUCHACHOS
























Noche de Navidad por Samuel Carr

-¡Volodia ha llegado! -gritó alguien en el patio.

-¡El niño Volodia ha llegado! -repitió la criada Natalia irrumpiendo ruidosamente en el comedor- ¡Ya está ahí!

Toda la familia de Korolyov, que esperaba de un momento a otro la llegada de Volodia, corrió a las ventanas. En el patio, junto a la puerta, se veían unos amplios trineos, arrastrados por tres caballos blancos, a la sazón envueltos en vapor. 

Los trineos estaban vacíos; Volodia se hallaba ya en el vestíbulo, y hacía esfuerzos para despojarse de su bufanda de viaje. Sus manos rojas, con los dedos casi helados, no lo obedecían. Su abrigo de colegial, su gorra, sus chanclos y sus cabellos estaban blancos de nieve. 

Su madre y su tía lo estrecharon, hasta casi ahogarlo, entre sus brazos. 

-¡Por fin! ¡Queridito mío! ¿Qué tal? 

La criada Natalia había caído a sus pies y trataba de quitarle los chanclos. Sus hermanitas lanzaban gritos de alegría. Las puertas se abrían y se cerraban con estrépito en toda la casa. El padre de Volodia, en mangas de camisa y las tijeras en la mano, acudió al vestíbulo y quiso abrazar a su hijo; pero éste se hallaba tan rodeado de gente, que no era empresa fácil. 

-¡Volodia, hijito! Te esperábamos ayer... ¿Qué tal?... ¡Pero, por Dios, déjenme abrazarlo! ¡Creo que también tengo derecho! 
Milord, un enorme perro negro, estaba también muy agitado. Sacudía la cola contra los muebles y las paredes y ladraba con su voz potente de bajo: ¡Guau! ¡Guau! 
Durante algunos minutos aquello fue un griterío indescriptible. 
Luego, cuando se hubieron fatigado de gritar y de abrazarse, los Korolyov se dieron cuenta de que además de Volodia se encontraba allí otro hombrecito, envuelto en bufandas y tapabocas e igualmente blanco de nieve. Permanecía inmóvil en un rincón, oculto en la sombra de una gran pelliza colgada en la percha. 

-Volodia, ¿quién es ése? - preguntó muy quedo la madre. 

-¡Ah, sí!- recordó Volodia. Tengo el honor de presentarles a mi camarada Lentilov, alumno de segundo año. Lo he invitado a pasar con nosotros las Navidades. 

-¡Muy bien, muy bien! ¡Sea usted bienvenido! -dijo con tono alegre el padre-. Perdóneme; estoy en mangas de camisa. Natalia, ayuda al señor Lentilov a quitarse la ropa. ¡Largo, Milord! ¡Me aburres con tus ladridos! 


Bodegón con samovar por Igor Babailov

Un cuarto de hora más tarde Volodia y Lentilov, aturdidos por la acogida ruidosa y rojos aún de frío, estaban sentados en el comedor y tomaban té. El sol de invierno, atravesando los cristales medio helados, brillaba sobre el samovar y sobre la vajilla. Hacía calor en el comedor, y los dos muchachos parecían por completo felices.

-¡Bueno, ya llegan las Navidades! -dijo el señor Korolyov, encendiendo un grueso cigarrillo-. ¡Cómo pasa el tiempo! No hace mucho que tu madre lloraba al irte tú al colegio, y ahora hete ya de vuelta. Señor Lentilov, ¿un poco más de té? Tome usted pasteles. No esté usted cohibido, se lo ruego. Está usted en su casa.





















El día de la partida por Aleksei Ivanovich Korzukhin


Las tres hermanas de Volodia -Katia, Sonia y Masha-, de las que la mayor no tenía más que once años, se hallaban asimismo sentadas a la mesa, y no quitaban ojo del amigo de su hermano. Lentilov era de la misma estatura y la misma edad que Volodia, pero más moreno y más delgado. Tenía la cara cubierta de pecas, el cabello crespo, los ojos pequeños, los labios gruesos. Era, en fin, muy feo, y sin el uniforme de colegial se le hubiera podido confundir por un pillete.

Su actitud era triste; guardaba un constante silencio y no había sonreído ni una sola vez. Las niñas, mirándolo, comprendieron al punto que debía de ser un hombre en extremo inteligente y sabio. Hallábase siempre tan sumido en sus reflexiones, que si le preguntaban algo sufría un ligero sobresalto y rogaba que le repitiesen la pregunta.

Las niñas habían observado también que el mismo Volodia, siempre tan alegre y parlanchín, casi no hablaba y se mantenía muy grave. Hasta se diría que no experimentaba contento alguno al encontrarse entre los suyos. En la mesa, sólo una vez se dirigió a sus hermanas, y lo hizo con palabras por demás extrañas; señaló al samovar y dijo:

-En California se bebe ginebra en vez de té.

También él se hallaba absorto en no sabían qué pensamientos. A juzgar por las miradas que cambiaba de vez en cuando con su amigo, los de uno y otro eran los mismos.























Preparación para la Navidad por Sergey Vasilievich Dosekin

Luego del té se dirigieron todos al cuarto de los niños. El padre y las muchachas se sentaron en torno de la mesa y reanudaron el trabajo que había interrumpido la llegada de los dos jóvenes. Hacían, con papel de diferentes colores, flores artificiales para el árbol de Navidad. Era un trabajo divertido y muy interesante. Cada nueva flor era acogida con gritos de entusiasmo, y aun a veces con gritos de horror, como si la flor cayese del cielo. El padre parecía también entusiasmado. A menudo, cuando las tijeras no cortaban bastante bien, las tiraba al suelo con cólera. 

La familia Blodgett en Navidad por Eastman Johnson 

De vez en cuando entraba la madre, grave y atareada, y preguntaba:

-¿Quién ha agarrado mis tijeras? ¿Has sido tú, Iván Nicolayevich?

-¡Dios mío! -se indignaba Iván Nicolayevich con voz llorosa. ¡Hasta de tijeras me privan!

Su actitud era la de un hombre atrozmente ultrajado pero, un instante después, volvía de nuevo a entusiasmarse.

El año anterior, cuando Volodia había venido del colegio a pasar en casa las vacaciones de invierno, había manifestado mucho interés por estos preparativos; había fabricado también flores; se había entusiasmado ante el árbol de Navidad; se había preocupado de su ornamentación. A la sazón no ocurría lo mismo. Los dos muchachos manifestaban una indiferencia absoluta hacía las flores artificiales. Ni siquiera mostraban el menor interés por los dos caballos que había en la cuadra. 


Niños colgando el acebo de Navidad por Rosa Petherick


Se sentaron junto a la ventana, separados de los demás, y se pusieron a hablar por lo bajo. Luego abrieron un atlas geográfico, y empezaron a examinar una de las cartas.

-Por de pronto, a Perm -decía muy quedo Lentilov- de allí, a Tiumen.... Después, a Tomsk...

-Espera... Eso es de Tomsk a Kamchatka...

-En Kamchatka Los samoyedos lo llevan a uno en una canoa atravesando el estrecho de Bering. Y ahora ya estamos en América. Allí hay muchas fieras...

-¿Y California? -preguntó Volodia.

-California está más al sur. Una vez en América, está muy cerca... Para vivir es necesario cazar y robar.

Durante todo el día Lentilov se mantuvo a distancia de las muchachas y las miró con desconfianza. Por la tarde, después de merendar, se encontró durante algunos minutos completamente solo con ellas. La cortesía más elemental exigía que les dijese algo. Se frotó con aire solemne las manos, tosió, miró severamente a Katia y preguntó:

-¿Ha leído usted a Mayne Reid?

-No... Dígame: ¿sabe usted patinar?



Edición rusa de Mayne Reid de 1908

Lentilov no contestó nada. Infló los carrillos y resopló como un hombre que tiene mucho calor. Luego, tras una corta pausa, dijo:

-Cuando una manada de bisontes corre a través de la pradera, la tierra tiembla bajo sus pies y los mustangs asustados dan coces y relinchan.

Tras un nuevo silencio, añadió:

-Los indios atacan con frecuencia los trenes. Pero lo peor son los mosquitos y las termitas.

-¿Y qué es eso?

-Una especie de hormigas, pero con alas. Muerden que da miedo... ¿Sabe usted quién soy yo?

-El señor Lentilov.

-No. Me llamo Montehomo, Garra de Buitre, jefe de los Invencibles.
Fort Laramie, grabado a color del siglo XIX


Masha, la más joven, miró a la oscuridad por la ventana y dijo pensativa.
- Y lentejas para cenar ayer.

Las niñas, que no habían comprendido nada, lo miraron con respeto y un poco de miedo.

Lentilov pronunciaba palabras extrañas. Él y Volodia conspiraban siempre y hablaban en voz baja; no tomaban parte en los juegos y se mantenían muy graves; todo esto era misterioso, enigmático. Las dos niñas mayores, Katia y Sonia, comenzaron a espiar a ambos muchachos. Por la noche, cuando los muchachos se fueron a acostar, se acercaron de puntillas a la puerta de su cuarto y se pusieron a escuchar. ¡Santo Dios lo que supieron!

Supieron que ambos muchachos se aprestaban a huir a algún punto de América para buscar oro. Todo estaba ya preparado para su viaje: tenían un revólver, dos cuchillos, galletas, una lente para encender fuego, una brújula y una suma de cuatro rublos. Supieron asimismo que los muchachos debían andar muchos miles de kilómetros, luchar contra los tigres y los salvajes, luego buscar oro y marfil, matar enemigos, hacerse piratas, beber ginebra, y, como remate, casarse con hermosas doncellas y explotar ricas plantaciones.

Mientras las dos niñas espiaban a la puerta los muchachos hablaban con gran animación y se interrumpían.  Lentilov llamaba a Volodia "mi hermano rostro pálido" en tanto que Volodia llamaba a su amigo "Montehomo, Garra de Buitre".

-No hay que decirle nada a mamá -dijo Katia al oído de Sonia mientras se acostaban. Volodia nos traerá de América mucho oro y marfil; pero si se lo dices a mamá no le dejará ir a América.

Todo el día de Nochebuena Lentilov estuvo examinando el mapa de Asia y tomando notas. Volodia, por su parte, andaba cabizbajo y, con sus gruesos mofletes, parecía un hombre picado por una abeja. Iba y venía sin cesar por las habitaciones, y no quería comer. En el cuarto de los niños, se detuvo una vez delante del icono, se persignó y dijo:

-¡Perdóname, Dios mío, soy un gran pecador! ¡Ten piedad de mi pobre y desgraciada mamá!
Icono ruso siglo XVIII / XIX

Por la tarde se echó a llorar. Al ir a acostarse dio un largo abrazo a su padre y  luego abrazó a su madre y a sus hermanas. Katia y Sonia comprendían el motivo de su emoción; pero la pequeñita, Masha, no comprendía nada, absolutamente nada, y miraba a Lentilov con sus grandes ojos asombrados, quedó pensativa y dijo con un suspiro:

"Lentamente llega la Cuaresma, la niñera dice que tendremos que comer guisantes y lentejas."

A la mañana siguiente, temprano, Katia y Sonia se levantaron, y una vez abandonado el lecho se dirigieron quedamente a la habitación de los muchachos, para ver cómo huían a América. Se detuvieron junto a la puerta y oyeron lo siguiente:

-Vamos, ¿quieres ir? -preguntó con cólera Lentilov- Di, ¿no quieres?

-¡Dios mío! -respondió llorando Volodia-. No puedo, no quiero separarme de mamá.

-¡Hermano rostro pálido, partamos! Te lo ruego. Me habías prometido partir conmigo, y ahora te da miedo. ¡Eso está muy mal, hermano rostro pálido!

-No me da miedo; pero... ¿qué va a ser de mi pobre mamá?

-Dímelo de una vez: ¿quieres seguirme o no?

-Yo me iría, pero... esperemos un poco; quiero quedarme aún algunos días con mamá.

-Bueno; en ese caso me voy solo -declaró resueltamente Lentilov-. Me pasaré sin ti. ¡Y pensar que has querido cazar tigres y luchar contra los salvajes! ¡Qué le vamos a hacer! Me voy solo. Dame el revólver, los cuchillos y todo lo demás.

Volodia se echó a llorar con tanta desesperación, que Katia y Sonia, compadecidas, empezaron a llorar también. Hubo algunos instantes de silencio.

-Vamos, ¿no me acompañas? -preguntó una vez más Lentilov.

-Sí, me voy... contigo.

-Bueno; vístete.

Y para dar ánimos a Volodia, Lentilov empezó a contar maravillas de América, a rugir como un tigre, a imitar el ruido de un buque, y prometió en fin a Volodia darle todo el marfil y también todas las pieles de los leones y los tigres que matase.

Aquel muchachito delgado, de cabellos crespos y feo semblante, les parecía a Katia y a Sonia un hombre extraordinario, admirable. Héroe valerosísimo arrostraba todo el peligro y rugía como un león o como un tigre auténticos.

Cuando las dos niñas volvieron a su cuarto, Katia con los ojos arrasados en lágrimas dijo:

-¡Qué miedo tengo!


Una familia en la sala de estar, grabado a color del siglo XIX

Hasta las dos, hora en que se sentaron a la mesa para almorzar, todo estuvo tranquilo. Pero entonces se advirtió la desaparición de los muchachos. Los buscaron en la cuadra, en el jardín; se los hizo buscar después en la aldea vecina; todo fue en vano. A las cinco se merendó, sin los muchachos. Cuando la familia se sentó a la mesa para comer, mamá manifestaba una gran inquietud y lloraba.

Buscaron a Volodia y a su amigo durante toda la noche. Se escudriñaron, con linternas, las orillas del río. En toda la casa, lo mismo que en la aldea, reinaba gran agitación. A la mañana siguiente llegó un oficial de policía. Mamá no cesaba de llorar. Pero hacia el mediodía unos trineos, arrastrados por tres caballos blancos, jadeantes, se detuvieron junto a la puerta.

-¡Es Volodia! -exclamó alguien en el patio.

-¡Volodia está ahí! -gritó la criada Natalia, irrumpiendo como una tromba en el comedor.

El enorme perro Milord, igualmente agitado, hizo resonar sus ladridos en toda la casa: ¡Guau! ¡Guau!

Los dos muchachos habían sido detenidos en la ciudad próxima cuando preguntaban dónde podrían comprar pólvora.

Volodia se lanzó al cuello de su madre. Las niñas esperaban, aterrorizadas, lo que iba a suceder. El señor Korolyov se encerró con ambos muchachos en el gabinete.

-¿Es posible? -decía con tono enojado-. Si se sabe esto en el colegio los pondrán de patitas en la calle. Y a usted, señor Lentilov, ¿no le da vergüenza? Está muy mal lo que ha hecho. Espero que será usted castigado por sus padres... ¿Dónde han pasado la noche?

-¡En la estación! -respondió altivamente

Volodia se acostó, y hubo que ponerle una compresa empapada en vinagre en la cabeza. A la mañana siguiente llegó la madre de Lentilov, avisada por telégrafo. Aquella misma tarde partió con su hijo.

Lentilov, hasta su partida, se mantuvo en una actitud severa y orgullosa. Al despedirse de las niñas no les dijo palabra; pero tomó el cuaderno de Katia y dejó en él, a modo de recuerdo, su autógrafo:
“Montehomo, Garra de Buitre, jefe de los Invencibles”.
Anton Chejov


Árbol de Navidad por Viggo Johansen






1 de enero de 2016

PRINCIPALES AUTORES DEL REALISMO RUSO



PRINCIPALES AUTORES DEL REALISMO RUSO:

NIKOLAI VASILIEVICH  GOGOL  
(1809-1852)


La obra de Nikolai Gogol, considerado por muchos críticos como el padre del realismo ruso, sirvió para sentar las bases de lo que sería el Siglo de Oro de las letras rusas.

Dostoyevski, Turgueniev, Tolstoi y Chejov en el siglo XIX, así como Zamiatin, Bulgakov y Nabokov en el siglo XX, reconocieron su deuda con este autor. 


Nikolai Vasilievich Gogol nació en la actual Ucrania, y murió en Moscú. 

Se trasladó a San Petersburgo en 1828, y luego de sobrellevar algunos contratiempos, ingresó en los círculos literarios de esa ciudad en 1831. 

Su humor, el tratamiento de los temas, el empleo de la lengua y de los recursos estilísticos dejaron huellas profundas e hicieron escuela. 

Sus personajes y sus héroes y antihéroes están presentes en la vida cotidiana de los rusos.

Entre sus obras destaca la novela histórica Taras Bulba y Almas muertas, esta novela es una obra maestra que el mismo Gogol describe como un poema épico en prosa.



ALEXEI NIKOLAIEVICH TOLSTOI  
(1828-1910)

Nació en Yasnaia Poliana. Se quedó huérfano. Se crió en un ambiente religioso y culto con unos familiares.
Empezó a estudiar pero lo abandonó por lo que se dedicó a leer la Biblia y las obras de Pushkin y Rousseau. 
En 1851 se incorpora al ejército ruso donde se pone en contacto con los cosacos, que fueron los protagonistas de una de sus novelas cortas, Los cosacos (1863). 
Entre 1855 y 1856 escribió Sebastopol donde contó tres historias basadas en la guerra de Crimea.
Después de casarse tuvo una extensa familia y escribió sus dos novelas más importantes: Guerra y paz y Ana Karenina

La obra más conocida es Ana Karenina. En esta obra no es solo una simple historia sentimental si no que Tolstoi critica la hipocresía que dominaba en la época. 
Esta obra nos muestra la dificultad de ser honesto cuando el resto de la sociedad se ha instalado en la hipocresía. 
Por tanto, Tolstoi es un autor racionalista, objetivo y materialista y con una moral optimista. 
De hecho él mismo intentó renunciar a todas sus propiedades para repartirlas entre los campesinos pero no fue posible debido a la oposición de su familia. 



FIODOR MIJALOVICH DOSTOYEVSKI
(1821-1881) 

Nació en Moscú. Entró en un grupo de intelectuales socialistas.
Fue detenido, encarcelado y condenado a muerte. Se le conmutó la condena y tuvo que realizar trabajos forzados y en condiciones miserables.
Una vez pasado este periodo pudo volver con su mujer. Muere en 1881. 

Algunas obras de Dostoyevski son: 
El jugador, una novela corta en la que el autor refleja su propia adicción al juego.
La obra más importante es Crimen y castigo
El autor demuestra que la violencia es intrínsecamente inhumana y que cualquier crimen, independiente de sus motivos es una violación de las normas éticas y humanas.
Con esta idea juzga el movimiento revolucionario de su tiempo.
También en la novela Los hermanos Karamazov aparece el debate del bien y del mal, el concepto de libertad y de moral, y la salvación del pecado mediante el sufrimiento.


ANTON CHEJOV 
(1860-1904)

Dramaturgo y autor de relatos ruso, es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa. 
La crítica moderna considera a Chejov uno de los maestros del relato. En gran medida, a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. 
Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas.
Utilizando temas de la vida cotidiana, Chejov retrató el sentimiento de la vida rusa anterior a la revolución de 1905.
Nos describe las vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellas y sin posibilidad de cambiar una sociedad que sabían que era inherentemente errónea. 
Algunos de los mejores relatos de Chejov se incluyen en el libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910). 

Dentro del teatro ruso, a Chejov se le considera como un representante fundamental del Naturalismo moderno. 

Sus obras dramáticas, lo mismo que sus relatos, son estudios del fracaso espiritual de unos personajes en una sociedad feudal que se desintegraba. 

Para presentar estos temas, Chejov desarrolló una nueva técnica dramática, que él llamó de "acción indirecta". 
Para ello diseccionaba los detalles de la caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa. 
En una obra de teatro de Chéjov muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que las ideas y sentimientos expresados.
Entre sus grandes obras teatrales está La gaviota con reminiscencias del Hamlet de Shakespeare.